Con los años la vida se desdibuja, los recuerdos van perdiendo definición; el futuro, a medida que se acorta, se hace cada vez menos importante. Como si fuese cierto eso de que el tiempo pone a cada uno en su lugar y, claro, el lugar de la vida es el presente y el presente, sin un pasado que lo sustente ni un futuro hacia el que proyectarse, es más bien ligero e insustancial.
El presente es una columna de humo ascendiendo desde mi mano, el sabor del café de máquina dando vueltas en mi boca, el frío de la escalera de márnol en la que estoy sentado, el sonido del bolígrafo deslizándose sin prisa sobre el papel.
El presente es un bicho feliz en su ignorancia que juega a sonreir por las esquinas a la espera de toparse con una carcajada o un ataque de llanto, un grito de dolor o un arrebato de ira, cualquier cosa verdadera que atenúe siquiera un poco esta sensación de que todo es mentira
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