A veces piensa en hacerlo al revés, por delante. Enterrar la nariz en el justo centro de la almohada y apretar los extremos con fuerza contra los oídos hasta que no le quede una brizna de aire en los pulmones para tal vez así encontrar un silencio de verdad en el que poder dormir tranquilo.
Lo piensa con los ojos clavados en el techo de la habitación y la almohada apretada contra las orejas. Lo piensa y mientras lo piensa siente que la cabeza le va a estallar, "igual ya se han dormido", se dice antes de ir, poco a poco, aflojando la presión.
Parece que no se oye nada. El niño suelta la almohada, se incorpora en la cama, pega la oreja a la pared.
Más allá de los latidos de su propio corazón no escucha más que un ligero y acompasado ronquido de hombre y, como de muy lejos, el lento y entrecortado llanto de una mujer.
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