Con el rabo entre las piernas
como un chucho apaleado,
cargando con todas las pulgas
que le caen a perro flaco;
vuelvo con la piel en barbecho,
el alma en la cola del paro
y la mirada turbia que le dejan
los golpes al boxeador sonado;
vuelvo sin más respuesta
que este refrán mal ladrado:
si naciste pa martillo
del cielo te caen los clavos.
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