Debí haber llorado y no lloré.
Ahí empezó el proceso,
la sutil erosión de mis párpados.
El tejido destinado
a proteger mi mirada de la luz
fue adelgazando hasta quedar convertido
en algo translúcido como papel de fumar.
Un día, al parpadear,
cayeron a mis pies las pestañas.
Esa noche soñé
con el techo de mi dormitorio,
no he vuelto desde entonces
a soñar con otra cosa.
Nunca hubiera imaginado
que la oscuridad pudiera deslumbrarme.
1 comentario:
precioso!!
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