La luz del atardecer arremolinándose en torno a los charcos;
destello efímero que refleja
tu absoluta falta de importancia.
Te miras en el espejo
como el que mira el reloj sin ganas
y no es capaz de recordar la hora.
Tu propia mirada te traspasa
y a tu espalda puedes ver
las manchas en las baldosas.
Y sin embargo cuando te tocas
tu carne es consistente,
como si sólo estuvieses hecho
para vivir en el tacto.
Quizá si al menos gritaras
alguien podría escucharte.