Aroma.
Conservo tu olor retenido
en la palma de la mano izquierda .
En alguna de mis viejas libretas
juré y perjuré no volver a escribirte
nunca más un poema.
Pero ahora me acuesto sin ti y descubro
tu olor retenido en la palma
de mi mano izquierda.
Mira qué sencillo me resulta
quebrantar una promesa.
Erizo.
En invierno
adquiere dimensiones trágicas
el amor de los erizos.
Si se abrazan,
se lastiman con sus púas;
si se separan,
se mueren de frío.
Esperanza.
No esperar nada de nadie
ni permitir que nadie
espere nada de uno.
Intentar imaginar que el mundo
no existe más que en tu mente,
que mañana, al abrir los ojos,
descubrirás que todo es mentira.
La persistente pesadilla
de un borracho que por error
está soñando tu cerebro.
Herida.
Pensar en cosas simples.
El olor de la tierra mojada
cuando de repente
y contra todo pronóstico
estalla un chaparrón.
El sonido del mar;
el color del cielo.
Pensar en cosas simples.
Luchar contra la sensación
de que otra vez estoy solo.
No dejar crecer las grietas,
recuperar de cualquier manera
algo parecido a la sonrisa.
Pensar en cosas simples.
Convencerme , pese a las apariencias,
de que no te has ido.
Hoguera.
Los sinónimos no existen,
la palabra es ante todo sonido,
las frases brillan en frecuencias concretas,
el párrafo debe ser
correlato de esa danza.
Hay que arder mientras se escribe
si se quiere ser digno
de semejante privilegio.
Miedo.
Muchacho acurrucado en un rincón
de la habitación a oscuras
que puede escuchar perfectamente
el latido que le confirma
que tampoco allí está solo.
Palabras.
La palabra nace como sonido,
la oralidad precede
en mucho a la escritura.
La palabra escrito no es sino un intento
de fijar la palabra hablada,
de dotar del atributo de la permanencia
a algo que en esencia es efímero y contingente,
de fotografiar el sonido mucho antes
de que existiese método alguno
de registro auditivo.
Ahí reside la profunda paradoja
de la palabra escrita,
representante sobre el papel
de una entidad sonora
condenada al silencio.
Pienso en la literatura desde dentro,
el aspecto que debe tener
el interior de lo literario.
El paisaje es desolador,
un desierto de silencio donde todos
parecen estar hablando,
el mundo visto desde el cerebro
de un cantaor sordo y ciego
que no deja de cantar.
Poema.
A veces las palabras se confabulan para,
desde una simplicidad extrema,
crear instantes de belleza
sólo comparables a cosas tan simples
como una puesta de sol en Gabdos
o una buena tormenta
sobre un techo de uralita.
Soledad.
Dolores que se solidifican y adquieren
el aspecto de alguien que se aleja,
un nuevo espejismo que se disuelve
en el horizonte, una retahíla
de cuerpos decapitados, el anhelo
de la soledad más absoluta,
de ser la única persona en el mundo
capaz de ver el mar.
Tormenta.
Un mar desconcertado
que no sabe qué hacer con tanta agua
y se enfurece y encabrita
y arroja sobre la arena de las playas
el descarnado cuerpo
de todos sus ahogados.
Trinchera.
Como a los golpes y sin fortuna
camino por este mundo,
sin encontrarle las costuras
ni mucho menos el rumbo.
Como a los golpes y a malos pasos,
coleccionando por los rincones
ceniceros que se desbordan
bajo el signo de Diógenes,
trastos por todas partes,
meadas fuera de tiesto,
platos llenos de comida fosilizada,
algún que otro amigo muerto.
Como a los golpes y sin remedio
pero aguantando la compostura,
con la frente todo lo alta que se pueda
sin dejar la garganta al descubierto.
No vaya a ser que alguien se anime
a darme en la tráquea el golpe
que sin duda me merezco.
Versos.
Los hay como disparos
condenados a repetirse,
te atrapan durante días y no puedes
dejar de recitarlos en tu cerebro
una y otra vez; como si
esa conjunción de palabras concreta
creara una necesidad en tus neuronas,
una pequeña adición,
un picor que sólo se calma
repitiendo entre dientes
los versos en cuestión.
El corazón,
si pudiera pensar,
se pararía.
El mar recordó, de pronto,
el nombre de todos sus ahogados.
El amor es mentira.
La caricia es mentira.
La amistad es mentira.
Western.
Aprender a esperar.
Saber que, en un momento dado
y sólo con el clima apropiado,
todo se ordena como por ensalmo,
como si alguien hubiese decidido
que justo en ese instante
ha llegado la hora
de empuñar el revólver.
Carroña putrefacta,
alimento para gusanos.
La herencia de la sangre,
la alegre responsabilidad de saberse
parte de una estirpe de asesinos.
La mirada fría y el gesto adusto,
el pulso sereno al apretar el gatillo,
la clara conciencia de que todo hombre
es la prefiguración de su cadáver,
futura carroña putrefacta,
alimento para larvas y gusanos.
Conservo tu olor retenido
en la palma de la mano izquierda .
En alguna de mis viejas libretas
juré y perjuré no volver a escribirte
nunca más un poema.
Pero ahora me acuesto sin ti y descubro
tu olor retenido en la palma
de mi mano izquierda.
Mira qué sencillo me resulta
quebrantar una promesa.
Erizo.
En invierno
adquiere dimensiones trágicas
el amor de los erizos.
Si se abrazan,
se lastiman con sus púas;
si se separan,
se mueren de frío.
Esperanza.
No esperar nada de nadie
ni permitir que nadie
espere nada de uno.
Intentar imaginar que el mundo
no existe más que en tu mente,
que mañana, al abrir los ojos,
descubrirás que todo es mentira.
La persistente pesadilla
de un borracho que por error
está soñando tu cerebro.
Herida.
Pensar en cosas simples.
El olor de la tierra mojada
cuando de repente
y contra todo pronóstico
estalla un chaparrón.
El sonido del mar;
el color del cielo.
Pensar en cosas simples.
Luchar contra la sensación
de que otra vez estoy solo.
No dejar crecer las grietas,
recuperar de cualquier manera
algo parecido a la sonrisa.
Pensar en cosas simples.
Convencerme , pese a las apariencias,
de que no te has ido.
Hoguera.
Los sinónimos no existen,
la palabra es ante todo sonido,
las frases brillan en frecuencias concretas,
el párrafo debe ser
correlato de esa danza.
Hay que arder mientras se escribe
si se quiere ser digno
de semejante privilegio.
Miedo.
Muchacho acurrucado en un rincón
de la habitación a oscuras
que puede escuchar perfectamente
el latido que le confirma
que tampoco allí está solo.
Palabras.
La palabra nace como sonido,
la oralidad precede
en mucho a la escritura.
La palabra escrito no es sino un intento
de fijar la palabra hablada,
de dotar del atributo de la permanencia
a algo que en esencia es efímero y contingente,
de fotografiar el sonido mucho antes
de que existiese método alguno
de registro auditivo.
Ahí reside la profunda paradoja
de la palabra escrita,
representante sobre el papel
de una entidad sonora
condenada al silencio.
Pienso en la literatura desde dentro,
el aspecto que debe tener
el interior de lo literario.
El paisaje es desolador,
un desierto de silencio donde todos
parecen estar hablando,
el mundo visto desde el cerebro
de un cantaor sordo y ciego
que no deja de cantar.
Poema.
A veces las palabras se confabulan para,
desde una simplicidad extrema,
crear instantes de belleza
sólo comparables a cosas tan simples
como una puesta de sol en Gabdos
o una buena tormenta
sobre un techo de uralita.
Soledad.
Dolores que se solidifican y adquieren
el aspecto de alguien que se aleja,
un nuevo espejismo que se disuelve
en el horizonte, una retahíla
de cuerpos decapitados, el anhelo
de la soledad más absoluta,
de ser la única persona en el mundo
capaz de ver el mar.
Tormenta.
Un mar desconcertado
que no sabe qué hacer con tanta agua
y se enfurece y encabrita
y arroja sobre la arena de las playas
el descarnado cuerpo
de todos sus ahogados.
Trinchera.
Como a los golpes y sin fortuna
camino por este mundo,
sin encontrarle las costuras
ni mucho menos el rumbo.
Como a los golpes y a malos pasos,
coleccionando por los rincones
ceniceros que se desbordan
bajo el signo de Diógenes,
trastos por todas partes,
meadas fuera de tiesto,
platos llenos de comida fosilizada,
algún que otro amigo muerto.
Como a los golpes y sin remedio
pero aguantando la compostura,
con la frente todo lo alta que se pueda
sin dejar la garganta al descubierto.
No vaya a ser que alguien se anime
a darme en la tráquea el golpe
que sin duda me merezco.
Versos.
Los hay como disparos
condenados a repetirse,
te atrapan durante días y no puedes
dejar de recitarlos en tu cerebro
una y otra vez; como si
esa conjunción de palabras concreta
creara una necesidad en tus neuronas,
una pequeña adición,
un picor que sólo se calma
repitiendo entre dientes
los versos en cuestión.
El corazón,
si pudiera pensar,
se pararía.
El mar recordó, de pronto,
el nombre de todos sus ahogados.
El amor es mentira.
La caricia es mentira.
La amistad es mentira.
Western.
Aprender a esperar.
Saber que, en un momento dado
y sólo con el clima apropiado,
todo se ordena como por ensalmo,
como si alguien hubiese decidido
que justo en ese instante
ha llegado la hora
de empuñar el revólver.
Carroña putrefacta,
alimento para gusanos.
La herencia de la sangre,
la alegre responsabilidad de saberse
parte de una estirpe de asesinos.
La mirada fría y el gesto adusto,
el pulso sereno al apretar el gatillo,
la clara conciencia de que todo hombre
es la prefiguración de su cadáver,
futura carroña putrefacta,
alimento para larvas y gusanos.
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