Por la tarde vienen los enterradores
y se llevan los cuerpos, a veces no sin antes vencer
la resistencia de los buitres
que se afanan en su tarea. Por suerte nadie
tratará de identificarlos.
No nos está permitido comunicarnos con ellos,
las normas son estrictas al respecto:
si un guardián se dirige, sea de la manera
que sea, a un enterrador;
éste está obligado, so pena capital,
a matar al guardián
y sustituirlo en su tarea.
Durante el día el trabajo es sencillo:
basta con instalarse en el centro
del pedazo de desierto que me ha sido asignado
y esperar a que algún incauto
emerja de la arena.
No son muchos los que lo intentan
en horario diurno, el sol les asusta,
llevan demasiado tiempo enterrados;
pero de vez en cuando aparece un temerario
que acaba de excavar su túnel mientras el sol
aún luce en lo alto,
ofreciendo sin saberlo su cuello
para calmar la sed de mi cuchillo.
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