lunes, 1 de diciembre de 2008

Introducción a la etología.

Vinieron de los cuatro puntos cardinales para presenciar la ejecución; a pesar del bochorno, la plaza estaba atestada ya dos horas antes de la hora convenida. El verdugo, antes de ponerse la capucha, sale al balcón envuelto en una túnica para contemplar a su público. Lleva veinticinco años ejerciendo el oficio y en la intimidad no le queda más remedio que admitir que disfruta con su trabajo.

A la hora convenida y debidamente encapuchado, el verdugo sube al cadalso envuelto en el unánime silencio de la multitud. El reo no se hace esperar ni forma demasiado alboroto, se deja conducir sin oponer resistencia y apoya la cabeza con serenidad, ofreciendo impasible su límpido cuello a la voracidad desmedida del hacha del verdugo.

En el conocido instante de descargar el golpe seco que separa la cabeza del cuerpo del condenado, el verdugo, más allá de la satisfacción del trabajo bien hecho, siente por primera vez en su vida, una punzadita de algo parecido al remordimiento.

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